Los zombies, esos no-muertos ficticios que deambulan en busca de alimento y propósito, puede que no estén tan lejos de la realidad como creemos y que se parezcan mucho a una especie que conocemos de cerca. Si miras a tu alrededor y observas las acciones de un hombre común durante su rutina laboral te sorprenderás al reconocer en él rasgos de zombi. La falta de sueño, el exceso de cafeína, el estrés y la intranquilidad ir pasando todo el día de una tarea a otra sin un sentimiento de propósito o bienestar es la descripción del hombre moderno en su mayoría. El tiempo para reflexionar o incluso simplemente para pensar en las emociones parece ser un lujo, ya que la presión de la rutina diaria parece valer más que todas las nociones de autoanálisis o autoevaluación. La falta de cualquier sentimiento genuino y una lucha desafortunada por adquirir metas inalcanzables que sustenten la idea de logro y satisfacción hace que la vida sea más bien hueca y conduce a la ausencia de bienestar.